El pincel mágico: Cuento de Katie De Heras
December 17, 2010 by Lizabeth Paravisini-Gebert
Al principio, las intenciones del artista no eran malas. Como todos los artistas, no tenía dinero. Y, como todos, estaba cansado de ser pobre y pasar hambre. Por eso, cuando tuvo una idea brillante pero deshonesta, no pensó en sus posibles consecuencias.
El artista se llamaba Gabriel. Era joven, guapo, y muy tonto. Era un pintor bastante bueno, pero en una ciudad llena de artistas, había perdido. Vivía en un apartamento minúsculo y sucio, y comía sólo lo que podía robar. Un día, más frustrado y deprimido de lo normal, Gabriel estaba jugando con un pincel con apatía y dijo, “Quisiera que este maldito pincel fuera mágico. Quizás pudiera tener éxito.” Inmediatamente, tuvo una idea peligrosa, rica, y excitante.
“Pero…si digo que mi pincel es mágico, aunque no lo sea, nadie sabrá la diferencia. ¡Puedo engañar a todos!” exclamó Gabriel, con una sonrisa codiciosa en su cara. El pícaro pasó toda la noche planificando la confabulación. A la salida de sol, Gabriel había terminado, y estaba muy orgulloso de la conspiración. Escogió el pincel más elaborado, y practicó su discurso: “¡Hombres y mujeres, chicos y chicas! Vengan todos, ¡y vean su futuro! Sí, me escucharon bien—¡el futuro! ¿Se han preguntado Uds. si serán ricos? ¿Cuántos hijos tendrán? O…¿cuándo morirán? Tengo un pincel, dado por un hado sabio, quien lo hechizó con un conjuro poderoso. Cuando el pincel está en mi mano, me controla, y me hace pintar el futuro de mi modelo. Entonces…¿quieren Uds. conocer sus destinos? Si se atreven a hacerlo, presentarse…”
El día siguiente, Gabriel tomó su talento falsificado al centro. Una muchedumbre tonta hizo cola para ver su futuro. Gabriel fabricó retratos falsos todo el día. Para las mujeres infecundas, pintó bebés con mejillas sonrosadas. Para los pobres, montones de joyas y monedas brillantes. Para los solteros, bodas opulentas con azucenas y champán caro. Y dinero—Gabriel pensó que nunca más tendría necesidad de dinero. La avaricia caliente en su sangre, pidió más dinero a cada cliente.
Pasó un año, y Gabriel se hizo un hombre muy, muy rico y famoso. Todo el mundo había oído hablar del pincel embrujado y había viajado para conocer su destino. Pero apenas después, sus clientes fueron a darse cuenta de que habían sido engañados por Gabriel. Las mujeres infecundas no se embarazaron, los pobres siguieron sin conseguir nada, y los solteros todavía no han encontrado el amor. Cada día, más personas se presentaron a la mansión de Gabriel, gritando contra sus artimañas. Gabriel empezó a entrar en pánico; su gran confabulación estaba fracasando. Para callar a los engañados, Gabriel empezó a darles dinero y riquezas. Un anillo para la mujer que había tenido cáncer; mil monedas para el hombre cuyo negocio fracasó.
Al final del segundo año, Gabriel era más pobre que cuando tuvo la insensata idea. Lo han desalojado de su mansión, y ha regalado todas sus riquezas a las víctimas de su confabulación. Y, sentando en un apartamento más pequeño y sucio que antes, Gabriel usó su último fósforo para prenderle fuego al pincel falso.
Imagen: ‘Narciso’ a partir de Caravaggio, del brasileño Vik Muniz, es una de las obras latinas en el MoMA.