Un semestre con un músico callejero ecuatoriano: Un ensayo de Michael Naideau
September 26, 2011 by admin
En el corazón del centro un paisaje enriquecido de sonidos se desarrolla: música de bachata, que proviene de las radios de los coches, y “Sanjuanitos” en las tiendas de música proporcionan el fondo para la versión de “Rudolph the Red-Nosed Reindeer” que toca el trolebús. También se escucha la liturgia de los predicadores con megáfonos en las escaleras de la Plaza Grande. Es una experiencia densa con texturas diferentes, en cada esquina hay billetes de lotería y vendedores ambulantes, jugo y fruta fresca.
En las calles alrededor de La Compañía, el tono de la atmósfera cambia y se vuelve más personal. Aquí cada día de la semana, un puñado de músicos ciegos canta y toca acordeones y guitarras en las calles. Cada uno tiene un recipiente pequeño hecho de un material que hace un ruido característico cuando se recibe una moneda. El aire en esta parte de la ciudad es místico. La música en la calle, la presencia de iglesias gigantes de piedra y las aceras atestadas de gente, adquieren un peso misterioso. La historia que estas personas y estos edificios han testimoniado es tan real y viva que, para una persona, el centro y sus sonidos son bastante surrealistas.
Sin embargo, estos músicos ciegos representan la excepción. El centro histórico de Quito es un lugar donde muchos tipos de realidades se yuxtaponen y coexisten. Cada día, en estas mismas calles, otros músicos con sus instrumentos caminan de restaurante en restaurante. A estos músicos no se les da permiso para tocar en las plazas o en las calles, entonces ellos encuentran su propia audiencia en otros lugares del espacio público.
Galo Javier Bernardo Espinosa es un músico de Ibarra que ha tocado y vivido en el centro histórico de Quito por 12 años. Con su tambor y las colaboraciones monetarias de la población en varios restaurantes, salones y parques, él mantiene a sus tres hijos. En abril de 2010 Javier Espinosa, su prima Fanny y quien escribe grabamos sus mosaicos de música bomba, salsa, merengue, vallenato y balada en vivo en varios lugares del centro de Quito. Para mí la música es una de las formas más bellas y profundas de expresión – es una fuerza universal-. Mi marco conceptual para este proyecto es simplemente la documentación colaborativa de una realidad informal existente en la ciudad: una vida dedicada a la música.
El centro histórico de Quito, a pesar de su densidad abrumadora, es un lugar muy personal donde cada individuo depende íntimamente de otros individuos. Sus habitantes llenan todos los nichos, poniendo cada pequeña cosa imaginable en sus tiendas, aplastando a tantas personas como sea posible en cada autobús. En las calles, los músicos y vendedores esperan todo el día con paciencia por una cantidad de dinero con el fin de tener lo suficiente para el día siguiente.
Es un lugar donde todo está interconectado. Cada pequeña acción, incluso cuando se tira basura en la calle, a través de una red de interacciones sociales, impacta las vidas de otros, como el barrendero que tiene empleo a causa de que la gente no usa los basureros. Claramente un aspecto fundamental de una realidad así debe ser la flexibilidad, la capacidad de ser creativo e improvisar con otros actores desde sus propios espacios sociales. Una red alternativa para artistas existe en el parque el Ejido. En un mapa de Quito, se explica donde se puede encontrar a los artistas, estos pocos parques pequeños están llenos cuando no está lloviendo y proporcionan lugares libres para artistas, músicos, grupos de teatro y, durante los fines de semana, pintores y artesanos. En las mañanas de los martes, jueves y viernes, grandes multitudes de personas se reúnen alrededor de las salas en un ambiente alegre y genuino. Tirados en la hierba se aprontan para ver las actuaciones de grupos teatrales que son satíricos y reflexionan sobre temas relevantes como la política y la juventud del Ecuador. Desde la distancia estos encuentros se parecen a los círculos de un mosaico de muchos colores, en ese mar verde que es el parque poblado por una multitud diversa.
Bajo los árboles circundantes, hombres de traje permanecen en la sombra mientras que los grupos de jóvenes en uniformes escolares encuentran espacio para sentarse después de clases. Mientras tanto, los niños se relajan en el regazo de sus padres y una familia de ‘cara conocida’ vende rebanadas de sandía y naranjas peladas por treinta centavos. Aquí se ven artistas con caras pintadas y maletas grandes, llenas de máscaras que interpretan monólogos y temas propios. Los artistas a menudo saludan con sarcasmo a los invitados de Haití y África (los afro ecuatorianos), los que no hablan español (los gringos), y los indios (los indígenas). El aire es fresco y fomenta el buen humor. Al igual que el fútbol, el trolebús y la religión, estas expresiones artísticas también parecen ser un aspecto unificado de la cultura ecuatoriana.
Espinosa representa a un actor más en el complejo escenario, sobreviviendo día a día con el apoyo y la colaboración, adaptando su realidad personal con el fin de coincidir con las realidades de otros. De muchas maneras Espinosa, como otros trabajadores informales, vive una vida llena de libertades y relaciones basadas en el respeto mutuo.
Sin embargo al mismo tiempo él vive una vida difícil con muchas limitaciones diarias. Pero aquí en el centro histórico de Quito, así como en muchos otros lugares del Ecuador, una gran diversidad crea un sistema natural de dependencia en el que cada actor tiene su papel único y fundamental.
Enlace con la música de Fanny y Javier:
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