Rosario, Argentina – La ciudad andando: Un ensayo de Gwen Niekamp
September 26, 2011 by admin
Hay que estar sola en la ciudad de Rosario, preferiblemente sola, perdida y sin mapa, si es que se puede planear una cosa semejante. Lo que puede ser una gran tragedia en cualquier ciudad no lo es en Rosario. Los rascacielos existen pero se ven dispersos, y como uno no se siente enjaulado en una jungla vertical, se recupera una atmósfera de aire libre y espacio verde dentro de la ciudad. Durante el día, el sol brilla en todos los lados con facilidad. Las calles son anchas, y también lo son las veredas. El ruido existe obviamente, pero se retira, curiosamente, a un plano más profundo. Por la noche, Rosario no pierde la pausa. Se puede construir un espacio secreto y oculto entre las muchísimas cuadras de la ciudad. Aunque se ve a otra gente especialmente durante las temporadas cálidas y agradables, uno es acompañado por una solidaridad emancipadora en cualquier paseo. Todos vagan por la ciudad, pero Rosario sólo permite que se vague según sus propios pensamientos y corazón.
Rosario fue fundada silenciosamente. No hay ni colono ni fundador conocido. Aunque la historia es desigual y quizás insatisfactoria según los que siempre quieren saber por qué. No hay una razón concreta para el desarrollo de su urbanidad. Sin embargo, parece que la mayoría de los ciudadanos piensan en los principios de Rosario así: empezó la ciudad, pero comenzó no como ciudad “de la gente” sino como proceso en desarrollo, ciudad hecha “con la gente”.
En el vestíbulo de un hotel, me equivoqué y pregunté al recepcionista donde quedaba un cierto parque en lugar de buscarlo por mí misma. Él miró al mapa, frunció el ceño y decidió que estaba a más o menos veinte cuadras del hotel. Pero también admitió que sólo era una suposición. Aconsejó que anduviera hasta que lo encontrara… y sí nunca lo encontrara, que anduviera hasta que encontrara algo.
Algo.
Como las otras grandes ciudades, Rosario también ha cobrado impulso. Con tanta gente, es imposible que no tenga velocidad, pero a la misma vez, Rosario mantiene una sensación de ingravidez, como si la gente estuviera flotando. Sin tantos edificios de construcción vertical, hay una cierta falta de gravedad que se puede disfrutar durante una vuelta. Por ejemplo, en contraste al vecino Buenos Aires, Rosario es una ciudad en movimiento lento y sutil. Aunque hay que andar y pasear para conocer bien Rosario, no se necesita propósito. Parece que la ciudad evoluciona mientras uno camina, como un libro desplegable. Es la ciudad la que se acerca al individuo, en un momento específico, en un lugar específico.
No encontré el parque, pero sí algo: un hipódromo, una boda en el centro de una avenida, un árbol de talla intrincada, una noria. Estas cosas, estos eventos aparecieron. Además, aparecieron sin origen y sin el deseo de tener dueño. Rosario no pertenece a nadie, pero se deja pisar y recorrer con suavidad hasta que uno, eventualmente, encuentra algo.