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Hay que estar sola en la ciudad de Rosario, preferiblemente sola, perdida y sin mapa, si es que se puede planear una cosa semejante. Lo que puede ser una gran tragedia en cualquier ciudad no lo es en Rosario. Los rascacielos existen pero se ven dispersos, y como uno no se siente enjaulado en una jungla vertical, se recupera una atmósfera de aire libre y espacio verde dentro de la ciudad. Durante el día, el sol brilla en todos los lados con facilidad. Las calles son anchas, y también lo son las veredas. El ruido existe obviamente, pero se retira, curiosamente, a un plano más profundo. Por la noche, Rosario no pierde la pausa. Se puede construir un espacio secreto y oculto entre las muchísimas cuadras de la ciudad. Aunque se ve a otra gente especialmente durante las temporadas cálidas y agradables, uno es acompañado por una solidaridad emancipadora en cualquier paseo. Todos vagan por la ciudad, pero Rosario sólo permite que se vague según sus propios pensamientos y corazón.

Rosario fue fundada silenciosamente. No hay ni colono ni fundador conocido. Aunque la historia es desigual y quizás insatisfactoria según los que siempre quieren saber por qué. No hay una razón concreta para el desarrollo de su urbanidad. Sin embargo, parece que la mayoría de los ciudadanos piensan en los principios de Rosario así: empezó la ciudad, pero comenzó no como ciudad “de la gente” sino como proceso en desarrollo, ciudad hecha “con la gente”.

En el vestíbulo de un hotel, me equivoqué y pregunté al recepcionista donde quedaba un cierto parque en lugar de buscarlo por mí misma. Él miró al mapa, frunció el ceño y decidió que estaba a más o menos veinte cuadras del hotel. Pero también admitió que sólo era una suposición. Aconsejó que anduviera hasta que lo encontrara… y sí nunca lo encontrara, que anduviera hasta que encontrara algo.

Algo.

Como las otras grandes ciudades, Rosario también ha cobrado impulso. Con tanta gente, es imposible que no tenga velocidad, pero a la misma vez, Rosario mantiene una sensación de ingravidez, como si la gente estuviera flotando. Sin tantos edificios de construcción vertical, hay una cierta falta de gravedad que se puede disfrutar durante una vuelta. Por ejemplo, en contraste al vecino Buenos Aires, Rosario es una ciudad en movimiento lento y sutil. Aunque hay que andar y pasear para conocer bien Rosario, no se necesita propósito. Parece que la ciudad evoluciona mientras uno camina, como un libro desplegable. Es la ciudad la que se acerca al individuo, en un momento específico, en un lugar específico.

No encontré el parque, pero sí algo: un hipódromo, una boda en el centro de una avenida, un árbol de talla intrincada, una noria. Estas cosas, estos eventos aparecieron. Además, aparecieron sin origen y sin el deseo de tener dueño. Rosario no pertenece a nadie, pero se deja pisar y recorrer con suavidad hasta que uno, eventualmente, encuentra algo.

En el corazón del centro un paisaje enriquecido de sonidos se desarrolla: música de bachata, que proviene de las radios de los coches, y “Sanjuanitos” en las tiendas de música proporcionan el fondo para la versión de “Rudolph the Red-Nosed Reindeer” que toca el trolebús. También se escucha la liturgia de los predicadores con megáfonos en las escaleras de la Plaza Grande. Es una experiencia densa con texturas diferentes, en cada esquina hay billetes de lotería y vendedores ambulantes, jugo y fruta fresca.

En las calles alrededor de La Compañía, el tono de la atmósfera cambia y se vuelve más personal. Aquí cada día de la semana, un puñado de músicos ciegos canta y toca acordeones y guitarras en las calles. Cada uno tiene un recipiente pequeño hecho de un material que hace un ruido característico cuando se recibe una moneda. El aire en esta parte de la ciudad es místico. La música en la calle, la presencia de iglesias gigantes de piedra y las aceras atestadas de gente, adquieren un peso misterioso. La historia que estas personas y estos edificios han testimoniado es tan real y viva que, para una persona, el centro y sus sonidos son bastante surrealistas.

Sin embargo, estos músicos ciegos representan la excepción. El centro histórico de Quito es un lugar donde muchos tipos de realidades se yuxtaponen y coexisten. Cada día, en estas mismas calles, otros músicos con sus instrumentos caminan de restaurante en restaurante. A estos músicos no se les da permiso para tocar en las plazas o en las calles, entonces ellos encuentran su propia audiencia en otros lugares del espacio público.

Galo Javier Bernardo Espinosa es un músico de Ibarra que ha tocado y vivido en el centro histórico de Quito por 12 años. Con su tambor y las colaboraciones monetarias de la población en varios restaurantes, salones y parques, él mantiene a sus tres hijos. En abril de 2010 Javier Espinosa, su prima Fanny y quien escribe grabamos sus mosaicos de música bomba, salsa, merengue, vallenato y balada en vivo en varios lugares del centro de Quito. Para mí la música es una de las formas más bellas y profundas de expresión – es una fuerza universal-. Mi marco conceptual para este proyecto es simplemente la documentación colaborativa de una realidad informal existente en la ciudad: una vida dedicada a la música.

El centro histórico de Quito, a pesar de su densidad abrumadora, es un lugar muy personal donde cada individuo depende íntimamente de otros individuos. Sus habitantes llenan todos los nichos, poniendo cada pequeña cosa imaginable en sus tiendas, aplastando a tantas personas como sea posible en cada autobús. En las calles, los músicos y vendedores esperan todo el día con paciencia por una cantidad de dinero con el fin de tener lo suficiente para el día siguiente.

Es un lugar donde todo está interconectado. Cada pequeña acción, incluso cuando se tira basura en la calle, a través de una red de interacciones sociales, impacta las vidas de otros, como el barrendero que tiene empleo a causa de que la gente no usa los basureros. Claramente un aspecto fundamental de una realidad así debe ser la flexibilidad, la capacidad de ser creativo e improvisar con otros actores desde sus propios espacios sociales. Una red alternativa para artistas existe en el parque el Ejido. En un mapa de Quito, se explica donde se puede encontrar a los artistas, estos pocos parques pequeños están llenos cuando no está lloviendo y proporcionan lugares libres para artistas, músicos, grupos de teatro y, durante los fines de semana, pintores y artesanos. En las mañanas de los martes, jueves y viernes, grandes multitudes de personas se reúnen alrededor de las salas en un ambiente alegre y genuino. Tirados en la hierba se aprontan para ver las actuaciones de grupos teatrales que son satíricos y reflexionan sobre temas relevantes como la política y la juventud del Ecuador. Desde la distancia estos encuentros se parecen a los círculos de un mosaico de muchos colores, en ese mar verde que es el parque poblado por una multitud diversa.

Bajo los árboles circundantes, hombres de traje permanecen en la sombra mientras que los grupos de jóvenes en uniformes escolares encuentran espacio para sentarse después de clases. Mientras tanto, los niños se relajan en el regazo de sus padres y una familia de ‘cara conocida’ vende rebanadas de sandía y naranjas peladas por treinta centavos. Aquí se ven artistas con caras pintadas y maletas grandes, llenas de máscaras que interpretan monólogos y temas propios. Los artistas a menudo saludan con sarcasmo a los invitados de Haití y África (los afro ecuatorianos), los que no hablan español (los gringos), y los indios (los indígenas). El aire es fresco y fomenta el buen humor. Al igual que el fútbol, el trolebús y la religión, estas expresiones artísticas también parecen ser un aspecto unificado de la cultura ecuatoriana.

Espinosa representa a un actor más en el complejo escenario, sobreviviendo día a día con el apoyo y la colaboración, adaptando su realidad personal con el fin de coincidir con las realidades de otros. De muchas maneras Espinosa, como otros trabajadores informales, vive una vida llena de libertades y relaciones basadas en el respeto mutuo.

Sin embargo al mismo tiempo él vive una vida difícil con muchas limitaciones diarias. Pero aquí en el centro histórico de Quito, así como en muchos otros lugares del Ecuador, una gran diversidad crea un sistema natural de dependencia en el que cada actor tiene su papel único y fundamental.

Enlace con la música de Fanny y Javier:
http://rootstrata.com/rootblog/?p=3552

Me desperté un poco tarde hoy.

Hoy es un día de retraso. Hoy es un día curioso.

Casi todos los días me paso los primeros diez minutos en una niebla somnolienta. Mis sentidos se niegan a aceptar la rutina que se acerca. Hoy mi despertador es una sirena de emergencia. Un terremoto ha afectado la ciudad. Tengo que llegar adonde mi hermano y advertirle de la catástrofe inminente. Él no está en su apartamento. No hay nadie afuera. Aceras vacías. La niebla es densa. Corro por las calles y clamo. Sólo el viento responde a mi llamada. El viento, que suena como mi amante, pero sus palabras son fatales.

“Ven conmigo y sal de este lugar. No hay salvación en la evasión.”

Es un sueño recurrente este “Ven conmigo y sal de este lugar. Ven, Fausto.” Es la voz de Ida, mi amante bella y peligrosa. Ella es el único guardián de mis sueños. Su voz me marca el camino de la vida.

Sus palabras despiertan mis sentidos. Las calles oscuras han sido reemplazadas por la sonrisa preciosa de Ida. Estoy sentado en la mesa, masticando lentamente un pedazo de fruta. Sólo su voz puede interrumpir mis sueños. Sin ella, no siento apego a esta realidad. Mis sueños interfieren con la vida cotidiana.

“Hoy es un día alegre, Fausto. El sol está brillando a través de nuestras almas.”

“El sol nunca brilla en esta ciudad. El sol no existe.”

“Echa un vistazo en tu camino al trabajo hoy. El sol está aquí, y está aquí
para quedarse.”

Ella tenía razón. El sol se encuentra en el centro del cielo, inmóvil. No puedo decir si han pasado horas o días. El calor radiante me mantiene despierto. ¿He perdido la llave de mi mundo de ensueño? No puedo sentirme realmente vivo sin mis sueños. Sé que son sólo fantasías imaginadas. Sin embargo, no puedo dejarlas escapar. “Ven conmigo y sal de este lugar. El sol nos espera allá arriba.”

No lo entiendo. ¿Por qué oigo la voz de Ida? Sólo quiero dormir, pero el sol está demasiado brillante. Cuando miro a mi alrededor, una niebla densa oscurece todo. Sólo puedo ver el sol arriba.

“Ven, Fausto”.

Su voz me persigue. Estoy atrapado en la luz brillante, estoy obsesionado, pegado, sin espacio. El tiempo es contado por el ritmo de sus palabras. Una sucesión interminable de palabras seductoras.

¿Es esto lo que estoy buscando?

¿Es esto todo?

La valla: Un cuento de Zach Kent

Es tarde, Ramón pensó. El sol estaba encorvado bajo en el cielo, y las sombras de los columpios en que se sentaba Ramón ya se extendían por toda la longitud de la zona de juegos. El sol estaba tan bajo que cuando Ramón se balanceaba en el columpio y estiraba sus pies en el aire podía hacer que su sombra tocara la valla al otro lado de la zona de juegos. Imaginaba que podía derribar la valla con su sombra si se esforzaba lo suficiente. Era tarde, y Ramón seguía sentado en el columpio, balanceándose.

Ramón vivía en una casa pequeña que estaba a unas pocas calles de la zona de juegos, donde él sabía que su madre le estaba esperando. Era tarde, su madre ya le había esperado varias veces antes, y Ramón sabía que no podía regresar sin María. Si regresaba sin ella, su madre se enojaría, ¿Dónde está tú hermana? ¿Dónde está tú hermana, niño? Y Ramón se habría metido en problemas porque su madre sólo lo llamaba ‘niño’ cuando estaba realmente enojada.

María era su hermana menor. Era dos años más joven que él, y aunque sólo tenía nueve años, era extrovertida y vivaz más allá de su edad. Frecuentemente entablaba conversaciones con diferentes animales y personas extrañas que ella conociera, lo que siempre hacía enojar a su madre, aunque Ramón no entendía por qué. Pero María nunca se había perdido antes. Generalmente era Ramón quien corría a explorar los alrededores, no María. Pero ahora ya era tarde y María no estaba allí, y Ramón se balanceaba en los columpios, tratando de derribar la valla con su sombra, y pensando en el sol y María y las sombras.

Ramón trató de recordar lo que había sucedido, pero no sabía adónde había ido María. Él estaba balanceándose, esto sí lo recordaba, y María había estado jugando con una mariposa, esto también lo recordaba, y luego los dos estaban balanceándose, y entonces ella se había ido. Eso era todo.
Ramón se balanceaba con más ímpetu, su ansiedad y confusión le hacían columpiarse más y más alto. El sol detrás de su espalda estaba casi escondido completamente entre las casas y edificios, pero ya la longitud de las sombras estaba al máximo. Ramón se balanceaba y se balanceaba, y con cada viaje hacia adelante su sombra le daba una patada a la valla del otro lado. E, increíblemente, la valla comenzó a temblar. No tenía sentido, pero ahí estaba. Su sombra golpeaba la valla, y la valla estaba moviéndose.

Emocionado, ahora, le dio patadas más y más fuertes, moviendo la valla con cada golpe. Ramón se agarró de las cadenas con fuerza mientras el columpio se balanceaba hacia atrás nuevamente. Tensó sus músculos, y saltó del columpio en la parte superior del arco. Vio la sombra alargada de su cuerpo volar hacia la valla como si estuviera bajo el agua, o como si fuera una mariposa gigante, flotando por un instante en la corriente del arroyo de otra persona. La valla tembló y se cayó con un silbido y Ramón fue su sombra y su sombra fue él y juntos volaron a través de la valla arruinada.

Aterrizó suavemente en un terreno nuevo que no era del todo diferente del que ya había dejado. Y, sin embargo, había algo…el suelo era más suave, tal vez, o el cielo era más brillante, aunque no había sombras. Este mundo se sentía más ligero, tal vez. Ramón se puso de pie y María estaba esperándolo allí, sonriéndole. Vamos, le dijo. Es temprano.

Él esperaba a la cantante en una sala privada del hotel de moda. Era lo mejor de París—todo oro y tela roja, en arabescos esculturales. Como un París del Siglo de Oro. Un espejo enorme colgaba de la pared opuesta a la ventana. Reflejaba el lujo espléndido del cuarto. Las camelias que la cantante favorecía perfumaban al aire; él sentía la cabeza ligera. Antes de ver este cuarto, había considerado la entrevista una degradación, pero ahora…Su anticipación se intensificaba. ¿Dónde estaba ella? Asistiendo a una fiesta; no cabe duda. Algo frívolo y decadente.

Durante estas reflexiones, ella entró, tirando su chaqueta sobre el sofá antiguo mientras daba permiso a sus asistentes para retirarse. Se sentó en el sillón como si fuera trono. Su pelo oscuro y exuberante caía en olas sobre sus hombros desnudos. Su piel suave no tenía defectos, era luminosa. Brillaba desde su interior. Apoyado en su cuello blanco, como el de un cisne, había un collar de diamantes y zafiros, con el fuego frío de una estrella distante. Los ojos de ella también contenían el fuego frío que lo cautivó a él. Era diosa, musa, tentadora, terrible.

“Es un collar magnífico,” le dijo él.

“Gracias.”

Se le ocurrió una idea inefable. “¿Es un regalo?¿De su amante?”

“Un amante anterior.” Había aburrimiento en su voz. Parecía contemplar algo detrás de él. Era su reflejo en el espejo enorme. “¿Tienes alguna pregunta?”

“Ah–sí, sí,” él le murmuró. Pero no dijo más. No podía pensar en nada, aparte de su piel cálida y sus ojos fríos. Y el collar que era ambas cosas. Quería caer a sus pies, suplicarle…¿qué?¿Su amor?¿Era capaz de amar?

“¿Vas a entrevistarme o no? Tengo otras citas,” le dijo ella.

“Ah–¿Otras citas con otros amantes?” La rabia entró en su voz. El deseo y el odio se mezclaban en sus ojos.

“No seas ridículo,” su mueca desdeñosa no perdía la belleza. “No eres mi amante….Creo que será mejor si te vas.” Hizo un gesto hacia la puerta. Él estaba despedido.

Anduvo por los pasillos dorados, por las calles modernas, llenas de parisinos secos y sencillos. Anduvo por más calles, éstas viejas y vacías. Llegó al Sena, no supo cuándo. El río asqueroso cortaba esta ciudad mítica, artificial. Las olas oscuras le tentaban. Era la única opción. Levantó un pie en el puente, y el otro. Se quedó quieto por unos momentos, contemplando las olas opresoras. Después, saltó.

Los niños en el balancín
Moviéndose arriba y abajo
Uno sube
Otro baja
Subir
Y bajar
Subir
Y bajar
Hasta que es la hora de volver a casa

La ardilla con su bellota
Pasando de árbol a árbol
Un árbol
A otro
Este árbol
Ese árbol
Este árbol
Ese árbol
Hasta que se sienta, encaramada en su patas traseras
Y empieza a masticar

Los hombres con sus maletines
Moviéndose por la calle
Sin saludar a nadie
Ni siquiera mirarlos
Y todos los maletines
Están bloqueados
Con minúsculas y pequeñas cerraduras de oro
Y nadie sabe la combinación

¿Y que hace la diferencia?

¡Carmen!
No soy Carmen, soy Tori.

Abuelita, no me conoces,
crees que soy mi madre,
de vera, no importa
pero, sabes que te quiero.

¡Carmen!
No soy Carmen, soy Tori.
A veces, me enoja que tú
puedas olvidar la vida.
Nadie puede hacer nada,
así es la vida y la muerte.

¡Carmen!
No soy Carmen, soy Tori.

Cuidándote me puedo enojar
Grosera y enojada.
No quieres nuestra ayuda
pero con amor, te la dimos.

¡Carmen!
No soy Carmen, soy Tori.

Algunas te compadecen,
pero no quieres la compasión.
Yo no te compadezco:
Un día, yo misma voy a ser así.

¡Carmen!
Si madre, estoy aquí.

Aquí,
en un panorama de oro.
Todos han luchado por
llegar aquí.
Estás cerca, hija—más que en tu
vida.

¿Cuál vida? Hasta hoy, hasta ahora, la tuya no importaba.
Hija,
siente la arena bajo tu pie, la arena sobre la que tus ancestros luchaban, dónde todos luchaban, y luchan todavía, y caminan.
Respira, hija, la tierra de tu alma.
Hakol Beseder B’Eli Haseder.

Aquí, finalmente,
tu comienzo, tu origen.
Este día
en que las arenas finas se filtran entre tus dedos, como memoria brillante.
Deja tu mensaje en el muro, el muro que han tocado tantos,
inspiración, fuerza, la hierba seca, color del jade.

Flotando entre miles de personas como
yo.
El sol pesado,
el hebreo, las tradiciones, mi cultura,
Reunido todo en un solo lugar, en un panorama de oro.
Hakol Beseder B’Eli Haseder.

Hakol Beseder B’Eli Haseder = Hay orden en el caos.

Paredes metálicas me separan de la oscuridad
Millas pasan en destellos breves
Segundos se estiran hacia el infinito
Una canción llena el aire tranquilo adentro
Con movimiento que imita el viento de la noche

¿Cuáles palabras canto?
La noche no sabe Pero sabe
mi esperanza salvaje

Dedos golpean inquietos contra el volante
Un ritmo profundo
Una fuerza de instinto
Eco de un corazón que late demasiado rápido
Demasiado fuerte para durar
Demasiado desesperado para sobrevivir

¿Adónde voy con tanta rapidez?
La noche no sabe
Pero sabe mi audacia escondida

Los faros iluminan formas abstractas en la distancia
Visiones inescrutables con sus promesas susurradas
Certeza florece en el paisaje desconocido
Una confianza temblorosa
En la posibilidad de la noche

¿Qué encontraré cuando la carretera termina?
La noche no sabe lo que sigue
Pero sabe el momento antes

Demasiado tarde. Ya cayó el sol.
“Llévame a un lugar en donde te has enamorado antes” me dijo
mi amor nuevo.
No sabía,
nunca me había enamorado,
nunca, alguien para besar,
ni siquiera alguien a quien cogerle la mano.
Conduje hacia el oeste,
íbamos.
Salimos del coche, miré hacia arriba y pude ver miles de gotas
reflejadas por la luz de la farola, cayendo del cielo oscuro,
todas a la misma vez,
una tras otra, una tras otra, una tras otra.

Sin zapatos, empezamos a caminar en la arena húmeda.
Caminamos sobre el muelle, donde mi padre me enseñó a pescar.
Era inocente,
y todavía lo soy.

Al fin del muelle
las holas, llenas del brillo de una luna blanca que
apareció entre las nubes de la lluvia.
Encima de una gran piedra que dormía al fin del muelle,
me cogió la mano. Sentí el frío y el calor,
la firmeza y fragilidad de sus manos.
Me besó.

Más fuerte. Comenzó a llover,
sentía el frío, veía la oscuridad.
Las gotas crecían y se oían caer,
estrellándose contra el mar,
UNA TRAS OTRA, UNA TRAS OTRA, UNA TRAS OTRA.

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